lunes, 18 de noviembre de 2013

Empezar la semana nunca es sencillo.


Ya no quedan historias como las de antes,
ni locos rompiéndose a besos en cualquier bar de mala muerte.

No quedan escusas de frió en busca de abrazos, 
ni narices coloradas esperando en un banco.

No.

Ya no queda esa puta esperanza de que cualquier día el amor llamara a una puerta
y estaremos dentro,
deseando oír el timbre.

Ahora solo veo hombres enfundados en abrigos gris ceniza,
mirando los zapatos del desconocido de en frente,
con los codos apoyados en las rodillas,
sumidos en su rutina diaria.

Gente que no sabe mirar a los ojos.

Y ni hablar de eso de mirar el corazón.

Mujeres enfrascadas en novelas que les prometen un amor desconsiderado y puro,
sin pararse a pensar que quizás esa vida cueste un salto
y ellas nunca se atrevieron.

Jóvenes metidos en su música,
convencidos que el amor solo es un cuento chino,
como tantos de nuestra infancia.
Y no les quito razón.
Más de un día yo pienso lo mismo.

Uno de esos días en los que te miras al espejo y solo ves una niña,
una niña pequeña que ya no es tan pequeña.
Que tiene miedo.

Pero ahora amanece antes y cuando salgo de casa ya es de día.
Y aunque parezca una tontería, yo me siento mejor.
Y ahora ya ni picas, ni dueles, ni escueces.
Que lo mio me ha costado.

Que a la vida le gusta mucho ir de puta, pero yo ya no soy tan fácil.

Y un día fatídico de película americana, de esos de peli, helado y manta.
O de chupitos de madrugada a lo desesperada por la vida.
Se puede consentir.
Pero no más.

Hoy casi llueve.
En las noticias has dicho que por allí ha nevado.
En una de esas ciudades que aun no he podido ver.
En alguna parte han tenido suerte y han congelado sus ideas.
Aquí solo ha hecho un frió aterrador.

Pero hoy es lunes y es normal que todo de miedo.





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