jueves, 24 de abril de 2014

El tiempo como medida de aprendizaje



Cuando solo era una niña escuche que una mujer debía tener principios.

Y claro,
yo no tenia ni idea de que demonios quería decir eso.

Yo,
que solo era una niña
que siempre había querido tener un globo terráqueo.
Uno que tuviese el mar muy azul
y que viniese envuelto en papel de burbujas.

Yo simplemente era una niña
que siempre quería ver la misma película,
esa que estaba estropeada
de pasar siempre de largo la misma parte.

Muy típico también,
en mi, digo.
Eso de hacer caso omiso a lo que no interesa.


Yo, 
solo era una niña.


Una niña que odiaba los libros de unir puntos.
De esos que te ponían los números para que después
te saliese un perro deformado o un balón cuadrado.

Creo que ahora me pasa un poco lo mismo. 

Que detesto ponerme a unir puntos
para que me salga algo que realmente no quiero.

Ahora quizás sea una caperucita que se cruza siempre con el mismo lobo
y solo quiere verle las orejas en vez de los dientes.
Por si le gusta lo que ve y deja de tener miedo.

Pero casa de la abuelita siempre será refugio
y destino por muchos años que pasen.

Por que para que engañarnos,
ciertos lugares dan fuerza
sin siquiera saberlo.

Son como cargadores emocionales.

Yo creo que son esos lugares,
los que te hacen tener principios.

Un beso, una sonrisa,…


Y si,
ya se que no se referían a estos principios cuando era pequeña.

Pero es que a veces solo se paran a decirnos un parte de la historia
y tienden a olvidarse de que también debemos de tener finales.

Que no hay que tenerles miedo.

Que el fin solo es una nueva medida de tiempo
que nosotros mismos nos imponemos.

Y que el día que dejemos de mirar fuera
y volvamos a ser esos crios que solo querían
quitar los ruedines a la bici,
dejaremos de ser unos capullos
y empezaremos a tener principios.

Y a dejar de temer los finales.


lunes, 7 de abril de 2014

Los locos dominarán mi mundo.

Ella era una de esas mujeres que hablan de amores pasados con desprecio, de esa clase de mujeres que van por la vida con el corazón roto.

Todo el mundo le llamaba Wen, aunque en realidad se llamaba Almudena.
Pero esa solo era una de las muchas incongruencias que podías encontrar si decidías ahondar en sus desastres.

Decía que había querido mucho,
que el amor le había hecho mucho daño;
pero solo tenia 23 años
y a mi,
que me gusta mucho creer en el amor de verdad,
me parecía imposible que siendo tan joven
tuviese el corazón tan pisado.

Se que más de uno dirá que eso es preferible, que es mejor tener el corazón destrozado a no haberlo sentido latir nunca. Pero es que a mi nunca me han gustado los ataques gratuitos en contra del amor. Ni ser de esas personas que creen que el amor son dos piezas que encajen a la perfección.

Y quizás suene hasta coherente si os digo que el hombre que la dejó así era uno de esos que pensaban que el amor era solo una reacción física, un estado de materia o no se que narices. Perdón,
no os lo había dicho,
la conocí en un bar.

Ese es un dato interesante. Nadie que hable de amor en un bar pasada la media noche es para decir algo bonito, a no ser que este acompañado, claro.
Del ser amado, digo.

Ella se reía evocando al destierro, levantando su vaso de chupito y diciendo que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero tenia los ojos más tristes y más rojos que había visto en años, era terrible ver como parecía una mujer brutal levantando la copa y lo pequeña que se volvía cuando lo dejaba en la mesa; cuando solo podías apreciar el temblor de sus manos y creías que se derrumbaría ante tus ojos.

Pero siempre levantaba la mirada y pedía otra copa. A mi me invito a una, quizá por cercanía o simplemente por que era la única persona en todo el bar que no la miraba con ojos de loca.
La única que sonreía cuando decía “y lo mucho que se hacía querer el cabrón”.

¿Dónde esta el amor ahora eh? En la cama de otra. Ahora yo solo tengo un hueco entre las piernas y ganas de beberme el mundo y después echarlo, para poder coger fuerzas y presentarme en su casa y…

¿y que? — me atrevi a contestarle

No lo se, pero este amor que tengo dentro me duele tanto.

El amor no duele, el amor calma, acoge, refuerza,…

¡Claro! — se echo a reir — antes era todas esas cosas pero ahora, ¿ahora que?

Ahora no es amor.

¿Y que es?

Rabia.

Pago las copas con media sonrisa forzada. Se acercó y me dijo “No te enamores esta noche que no hay previsión de lluvia”


Y se marcho de ese bar como llegó, bailando.