martes, 25 de marzo de 2014

La sonrisa por bandera.

La Pepa
— así es como la hemos llamado toda la vida — 
era profesora.

Una de esas profesoras que enseñan cosas de verdad,
de ese tipo de cosas que nadie ha sido capaz de meter en un libro.
Cuando yo la conocí no tenia ni uso de razón,
yo,
digo.
Por que ella siempre la lleva.

Tuve la suerte de criarme con su presencia cerca;
y después de veinte años sigo pensando que ojalá alguien más tuviese ese privilegio.

La Pepa siempre sonríe,
llueva o nieve,
sin importar la estación del año,
los grados
o la compañía.
A mí me ha alegrado más de una mañana de camino al colegio
y os juro que si algún día tengo un hijo espero poder hacer lo mismo.

He aprendido muchas cosas de La Pepa,
sin haber sido consciente siquiera.

Sin ir más lejos; el otro día la vi
y de nuevo me dio una lección.

De amor
o de comprensión
o de pura vida.

No estoy muy segura.

Pero es que hacia como demasiado tiempo que no la veía.

Los últimos recuerdos que tenia con ella no eran demasiado felices,
por difícil que os pueda resultar.
Pero es que aunque no compartamos sangre
para mi siempre sera una abuela
y verla llorar
viuda
y temblando.
Fue la personificación del terror.
A pesar de saber, que tras un año, había paz.

Fue la caída de un mito,
y el renacer de una leyenda.
Por épico que pueda sonar todo esto.

Porque ella me ha visto crecer
pero yo la he visto levantarse
y ojalá que el día que yo me caiga con tanta fuera
sea capaz de recuperar mi vida
con el mismo valor.

Ahora tiene el pelo blanco
y soy yo la que llora de emoción
si la doy un abrazo y ella es más pequeña.

Se me emborronan los ojos solo de pensarlo,
pero es que La Pepa lleva la sonrisa por bandera
y si a mi me preguntan;
de mayor
yo quiero ser un poquito ella.

En verdad pienso que de mayores todos deberíamos serlo.
Aunque tú no hayas podido conocerla

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