domingo, 30 de marzo de 2014

Le eche un pulso al tiempo y ganamos los dos.

Me he mareado después de la tercera copa y Mateo me seguía mirando con cara de idiota. De idiota o de borracho.
No estoy muy segura.
Suena una de esas canciones de cuando pereza era un grupo y no lo que siento al ver el teléfono.
Pongamos que no nos hacía falta tanta diplomacia, pongamos las cartas sobre la mesa, las mangas y la chistera. Que ya me canse de trucos baratos de mago sin traje.
De mimo parlanchin.

Mateo me enseñó que sola era más que contigo, que el nosotros se quedaba pequeño. Aunque tu me lo llamases a mi.
Pequeña. Cuando el insignificante eras tu.

No consigo recordar cuando los días llegaban y se iban sin soñar.  Y eso es paz.

Hay cosas que te hacen temblar con sólo llegar, pero yo no soy una de esos.
He vuelto a los bares con la fuerza de quien ha echado mucho de menos su ser.
Y me he pasado la tarde bebiendo y en el fondo de mis vasos ya no había nadie, ni en la espuma de mi cerveza.

Estaba yo, con mis amigos en una mesa morada. Feliz.

Y eso si que es música. Brindar y apoyar y recorrer y rozar para después beberse de un trago la noche. Como los mayores.

El mundo es un lugar mejor si lo miramos de refilón, eso lo aprendí de Raúl. Si vemos las sonrisas en las calles perdidas, los besos de reencuentro y las lagrimas de felicidad.

Yo quiero ser siempre así, mayor a cada minuto pero feliz como cuando no hay silencio. Cuando chocan las copas y Mateo espera a pedir el próximo chupito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario